En los 90 de Roque


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El pasado día 10 se cumplió medio siglo del asesinato del poeta y hermano Roque Dalton. Hoy celebramos los noventa años de su natalicio, y lo hacemos rescatando este hermoso texto de Eliseo Diego, encontrado en el archivo de la Casa de las Américas y presuntamente inédito. Sirva como tributo al «pícaro inatrapable» que nos legó páginas inolvidables y una leyenda.

 

 

Conversación contigo mismo acerca de Roque Dalton

Eliseo Diego

 

Un hacha de bronce que es un rostro se vuelve hacia ti, dice unas palabras cuyo ir y venir te fascinan por su ritmo arcaico tan mágico como un hacha de bronce que hablase, y de pronto, sin saberlo casi, estallas en risas porque las palabras se han agrupado, a escondidas, en el cuento más descacharrante jamás oído a la parte de acá de la tristísima Galaxia de Andrómeda.

Es en Varadero, en un pequeño bar cercano a la playa, y la resaca viene y va con un rumor aún más remoto que el ritmo de la voz. Celebramos el centenario de nuestro Rubén Darío, tal como le hubiese gustado a él, con muchos tragos y lindas muchachas alrededor. «¿Quién es este joven mágico prodigioso que desde tan lejos dice tan embromadas cosas tan de ahorita mismo?», preguntas discretamente al que está a tu lado. «Es Roque Dalton», te responden, nada más.

«¡Ah, Roque Dalton, claro!», piensas, dándole vueltas al extraño nombre donde Roque y Dalton chocan uno con otro para sacar la chispa de este fantástico personaje que está junto a ti ─prueba irrefutable de la infinita imaginación de un Creador con Mayúscula. Es el instante supremo de una amistad que ha de ser bien honda si bien a ráfagas, cuando aún no sabes que conversas con uno de los mayores poetas jóvenes de El Salvador.

Pero, no solo con un poeta, sino con un truhan ─a la manera de François Villon─, y un pícaro ─a la manera del Lazarillo de feliz memoria─, y, por fin, un héroe a la manera del Cid o el Quijote o, mejor, el más oscuro y bravo de los guerrilleros de la América nuestra. Uno de los hombres más limpios en su entereza total que hayas tenido la suerte de conocer jamás.

Pasó después el tiempo, como dicen que es natural, y cierta vez Roque Dalton tuvo la ocurrencia de confiarte la lectura de un libro de poemas que proyectaba enviar a un concurso. ¿Lo recuerdas? Quién, si no él, habría podido inventar título semejante: «Poemas levemente odiosos».

Lo leíste en un abismo de perplejidades. ¿Eran, realmente, levemente odiosos aquellos versos tan lejanos de cuanto fuera para ti poesía ─hasta entonces? Te levantaste ─¿recuerdas?─, encendiste un cigarro ─quieres decir un cigarrillo─, diste qué sé yo cuántas vueltas, y regresaste al cuaderno. Y entonces, como a la luz de un fulgor levemente embrujado, escribiste: «Roque Dalton, yo no sé qué quieres decir, pero lo has dicho, váyase todo al diablo. Tu libro es magnífico».

No son tus palabras exactas, lo reconozco, pero las escribiste de puño y letras, como él se merecía, y no hay copia con que verificarlas. Pero es lo que dijiste, ¿no es eso? Gracias. Me basta.

Ahora nos dicen a los dos que no verás ya más a Roque Dalton. Mentira. Roque Dalton es un pícaro inatrapable. Te está esperando en el bar de la esquina para reírse contigo a más no poder de todo esto.

¿O es en San Salvador donde te espera, para celebrar juntos el triunfo de la causa a la que dio su vida?

 

1982


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