En el imaginario colectivo y popular perviven algunas percepciones que no se ajustan estrictamente con los sucesos y procesos concretos. Estas aseveraciones adquieren el rango de convicciones y, aún sin serlo, llegan a constituirse en verdades no comprobadas que todos replican una y otra vez. Así surgen los mitos.
La Industria Cultural en América se estructuró durante las primeras décadas del siglo XX, fundamentalmente alrededor de los medios de comunicación electrónicos, la publicidad, el mercadeo y la investigación aplicada; signada por una filosofía elitista y reduccionista que por su producción y coberturas masivas le niega el valor y la dimensión artístico-cultural a sus producciones, agentes, mediadores y decisores.
Esta visión consolida la leyenda negra que estigmatiza y minimiza también los valores ético-morales de los hombres y mujeres consagrados al arte y a estas actividades de la cultura mediática, la más novedosa expresión de la cultura masiva. Costó mucho generalizar la concepción de que en cualquiera de los ámbitos cotidianos de la actividad humana, pueden existir actitudes y comportamientos sanos o distorsionados.
Cuando en 1959 triunfa la Revolución, Cuba era el polo creativo fuera de Estados Unidos en los ámbitos radiofónico, televisivo, publicitario y en la investigación aplicada a la gestión mediática. Ello le confería, por un lado, los mejores atributos; y, por el otro, los peores defectos.
La reconversión acelerada de los sistemas mediáticos y comunicativos que tuvo lugar entre 1959-1960, privilegió la propiedad estatal sobre la privada y los objetivos de servicio público sobre los mercantiles. Por añadidura, en el entorno, se intentaba de golpe y porrazo transitar del modelo económico-social capitalista al socialista.
Muchas prácticas se consideraron inoperantes en el nuevo contexto y entonces se estableció una mirada peyorativa hacia nuestras múltiples precedencias. Nos ha costado décadas, sudor y lágrimas comprender que la revalorización de lo realizado en los períodos previos, constituye también nuestra historia, tradición y patrimonio.
La prevalencia de la perspectiva económica-mercantil sobre la cultural reforzó la percepción de que la totalidad de los hombres y mujeres que hacían la gestión mediática, comunicativa y mercantil antes del triunfo, en razón de su clase, actividad o ámbito sociales, eran egoístas, vanidosos, ególatras, superfluos, reaccionarios e insensibles ante el sufrimiento del resto de los cubanos.
Nuestra televisión comercial se funda en 1950; aunque suele olvidarse que la consolidación del sistema audiovisual fundacional que tuvo lugar hasta 1958, se desarrolló en condiciones sociales atípicas, fuera de la constitucionalidad.
En marzo de 1952 el país sufrió un golpe de Estado generado por una casta militar no ortodoxa que se mantuvo en el poder mediante una férrea represión. La censura mediática que sigue incidió directamente en las esencias, contenidos, tendencias de géneros y de formatos de la programación habitual —que aún merecen estudiarse—, que hubiera sido diferente en otro contexto. Pero esta circunstancia no anula su valía creativa y efectividad persuasiva, ni la reacción individual de los trabajadores de aquella programación comercial en ese contexto nacional.
Veamos algunos ejemplos que repercutieron en la pantalla chica.
Entonces los artistas de la radio y la televisión de mayor talento y éxito eran contratados en exclusividad por las agencias de comunicación para asumir la creación, producción e investigación en su gestión artística, económica o comunicativa relacionada con los medios de comunicación.
A inicios de 1958, Iris Dávila Munne devino asesora de radio y televisión —y luego redactora— del Departamento de Comerciales en la Publicitaria Siboney, subordinada a la Jabonera Nacional Gravi. Allí, en el anonimato, operaba una célula del movimiento insurreccional 26 de julio, que buscaba la derrota del tirano. Entre sus integrantes —además de esta famosa escritora de novelas—, figuraban los escritores-productores y directores Marcos Behemaras, José Antonio Caíñas Sierra, José Carballido Rey y el músico y compositor Eduardo Saborit.
Con la aprobación de Gustavo y José Manuel Cubas (1), Dávila redacta y dirige la filiación de un anuncio del jabón Rina que se haría famoso, secundada por Saborit en la música y Alicia García de la Cerda en la grabación.
La popular locutora y actriz Consuelo Vidal, que caracterizaba una ama de casa, abría una ventana, miraba sonriente al horizonte en una mañana luminosa, para ver si el tiempo le permitía lavar. Las frases del diálogo y el lema: “Hay que tener fe que todo llega y recuerde que la fe mueve montañas”, es una inequívoca, abierta y franca alusión al fin de la tiranía por el avance de los rebeldes desde la Sierra Maestra.
Se difundió durante tres meses, pero ya en los últimos días de ese año, las amenazas directas del esbirro Ventura Novo obligaron a retirarlo de la pantalla. Su vaticinio se cumplió días después: el primero de enero de 1959 triunfó la Revolución.
El comercial devino pieza paradigmática de propaganda política —sutil, pero de notoria eficacia— de gran claridad conceptual que cumplía su función comercial mientras armonizaba con las prácticas sociales cotidianas y con el momento político que se vivía.
En las festividades de diciembre de 1958, Roberto Garriga Agramonte —prestigioso guionista, adaptador y director de teatros, cuentos y novelas en nuestra radio y televisión— considerando que Cuba estaba de luto por la represión sangrienta, viste de negro a todos los intérpretes de una obra teatral difundida por el Canal 6 (CMQ TV) emitida en directo al aire. Mientras esto acontecía, en las calles la insurrección intentaba por la misma razón el boicot de la asistencia a espectáculos y fiestas populares.
Por años el Canal 2 (Telemundo) difundió un espacio habitual dedicado a la cultura campesina denominado El guateque de Apolunio, escrito por el poeta Jesús Orta Ruiz —El indio Naborí—, quien también interpretaba allí el personaje de Liborito —símbolo de la patria— que en cada edición semanal enfrentaba con décimas y controversias alusivas a la situación nacional al “manengue”, interpretado por Adolfo Alfonso, un verdadero maestro de estas métricas tradicionales.
Cada semana, durante años, Naborí burlaba la censura y a los soldados presentes en la planta. Escribía en paralelo dos libretos diferentes: uno lo entregaba al censor; el otro lo representaba y difundía “en vivo” desde el estudio televisivo. En fecha muy cercana al triunfo rebelde de 1959, el programa fue suspendido definitivamente.
En 1957, la escritora Delia Fiallo en su novela Cuando se quiere al enemigo —estrenada en el habitual Miércoles de amor Palmolive—, en el parlamento del oficial de la resistencia francesa que interpretaba el actor Alberto González Rubio difundió en directo, “al aire”, fragmentos del testamento político de José Antonio Echevarría. (2) Cuando el actor se enteró y protestó, ella respondió: “A ti no te van a matar porque eres familia de un jefe de la Marina”.
La telenovela Historia de tres hermanas, de Mercedes Antón, difundida en el Canal 6 durante la etapa más cruenta del conflicto nacional, tenía entre sus protagonistas a la actriz Maritza Rosales, quien interpretaba exitosamente el personaje de Reyna Milanés. Lo que los televidentes no sabían era que la artista era una temeraria combatiente clandestina, apresada en más de una ocasión. En la última, el propio Ventura Novo registra su casa y le amenaza: “En la próxima, ni tu Reyna Milanés te salva la vida”.
Las anécdotas que evidencian el arriesgado compromiso de artistas, especialistas, técnicos, personal administrativo y obreros de la radio y la televisión en esta coyuntura, fueron muchas.
Tras su actividad habitual, los trabajadores de radioemisoras y televisoras conspiraban al punto que el Himno del Movimiento 26 de julio se grabó en una planta radial del Vedado delante de la soldadesca, gracias a ingenieros como Carlos Estrada y músicos como Faxas.
Tuvieron que recurrir al exilio político en el extranjero para salvar sus vidas, entre otros: Amaury Pérez García (director de TV), Manolo Rifat (camarógrafo), Alberto Luberta (escritor), Gabriel Palaus y los actores Salvador Word y Juan Carlos Romero.
Entre los que se quedaron, Isabel Ayda Rodríguez se mantuvo en sus funciones administrativas en CMQ S.A., y el actor Amador Domínguez; desde la Asociación de Artistas, colaboró financieramente con los emigrados.
Después, estos hombres y mujeres de la televisión comercial cubana formaron a las nuevas generaciones, diseñaron la parrilla de programación y con su sapiencia, experiencia, prestigio y talento crearon e impulsaron, hasta nuestros días, los programas orientados a cumplir los objetivos de servicio público.
Lamentablemente, valiosos creadores en función de directivos —como Marcos Behemaras y Enrique Íñigo— perdieron la vida en 1966, cuando expandían la televisión en la serranía oriental.
De todos ellos es también este 65 aniversario de la televisión cubana.
NOTAS:
- Hijos del reaccionario dueño de la Gravi. Algunos afirman que en contra de la tradición familiar y su clase, ambos simpatizaban con la insurrección popular.
- Presidente de la Federación Universitaria fallecido durante el Asalto a Radio Reloj en La Habana por la organización clandestina Directorio Revolucionario.
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