Retrato del artista exigente… ¡Que para bien sea! Y en el intento, también se convierta en una suerte de exorcismo con el acto mismo del Diseño. Así, y no de otra manera, se nos presenta siempre Rafael Morante; ávido de formas y de conocimientos. Su predilección por el cine lo convierte, sin lugar a duda, en uno de los puntales más genuinos de la gráfica cinematográfica cubana. Su manera, desprejuiciada y fresca, encierra una «línea» que lo distingue. No solo el uso de los colores y del resumen visual —que en el lenguaje del Diseño se conoce como síntesis—, sino también esa marca que le imprime a sus carteles mediante el uso de una estructura que, a ratos, rompe con las reglas más estrictas de la composición. No puede ser de otra manera. El Diseño tiene cánones que se han hecho para romperse y un buen Diseño intenta siempre cuestionar, subvertir y burlar. Y Morante se lo propone día tras día. Ser creativo para el Maestro no es una cuestión de eslogan; es un principio irrenunciable, es una manera de comprender su metodología, de enseñar a leer a través de la imagen y el texto —algo tan necesario y que muchas veces se olvida—; es la forma más genuina de concluir una obra sin que deje de ser atemporal, flexible y pregnante. Por eso, cada mañana se despierta con una máxima, con una invocación que murmura y que retumba desde adentro, que lo marca y lo define en cada uno de sus movimientos. Se pide ser exigente… con él mismo.