Como es costumbre ya, los grandes eventos en San Alejandro han venido persignados por la lluvia, y esta vez no ha sido menos. La Bienal ha comenzado y, la emblemática academia cubana, ha abierto nuevamente sus puertas al arte joven, contemporáneo y experimental. Convocados esta vez bajo el tema «El hombre y su universo», una pléyade de artistas nacionales y extranjeros se han reunido para coincidir en apuntar, que el arte y su pedagogía conviven en un mismo espacio, portentoso y creativo.
La inauguración sanalejandrina ha devenido una gran fiesta para los amantes de las Artes Visuales. Con más de sesenta muestras, curadas y organizadas con mucha atención y buen tino, estudiantes y profesores, recién graduados e invitados de las más disímiles áreas y profesiones, construyen en cada uno de los espacios —aulas, talleres, galerías, baños, patios, fachada y jardines exteriores—, un inmenso salón expositivo que recoge, desde una panorámica edificadora, las múltiples miradas que dialogan en nuestro universo visual.
La Academia, cercana a cumplir su primer bicentenario, no se encierra en su historia ni vive de su pasado. Se renueva constantemente en cada ejercicio expositivo y en la búsqueda de una mirada que patentiza la polémica entre lo establecido, lo que funciona y lo contrario, pues es en este estado de negación constante que se desarrolla la dialéctica del mismo arte. Es en la asunción de nuevos conceptos, puntos de vista diferentes, maneras de representar y de narrar las historias y las experiencias personales o sociales, que se establece una visualidad significativa y dialógica, que no teme mirar al pasado ni reconstruirse desde sus errores. Es esta la marca que distingue a San Alejandro y que se patentiza en la gran exposición que hoy presenta en su sede.
La Bienal ha encontrado, una vez más, un espacio protagonista. No el que solamente tienen los arcos y galerías de las salas más importantes, si no el que producen los destinos. No hay mejor lugar que aquel en donde se forman los futuros artistas para iniciar un recorrido que se amplifica y se refuerza día tras día. No hay mejor escena que aquella en donde coinciden los que se forman y los que enseñan. No hay espacio más sano y justo que ese en donde todos pueden confraternizar y reciprocar, sin miramientos ni hidalguías, porque es el arte el mejor vehículo para tender la mano y abrir la conciencia del hombre.
Todos —intelectuales y obreros, campesinos, amas de casa, estudiantes, científicos y artistas—, nos hemos dado la mano hoy. Cada uno ha entendido, desde su yo más interno, aquello que ha sido expuesto y que, con mayor o menor fuerza, nos ha movido. Han desaparecido los espacios para el no entendimiento, porque cada cual ha procurado gustar «su propia obra». Y es que nuestra Bienal abarca todas las áreas de la creación visual: lo bidimensional y lo tridimensional, lo objetual y espacial, lo performático y enviromental, la videocración y lo instalativo, lo óptico y lo cinético… No hay un espacio reservado o vacío. Toda la Academia es un gran salón. Es nuestra casa.
Llueve en San Alejandro, y como si con ella llegara el Permiso Divino, quedó inaugurada la Bienal con el estreno del primer acto de Pedro y el Lobo de Sergéi Prokófiev, puesta en escena exclusiva interpretada por los niños de La Colmenita y la Sinfónica Juvenil.
Todos los senderos están abiertos; todos los caminos despejados. Magnífico momento para encontrarnos, disfrutar y aprender. ¡Quedan, pues, invitados!
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